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La Iglesia y el pulque

En la época prehispánica la embriaguez de los jóvenes se castigaba con severidad, salvo en las fiestas religiosas, en que cualquier exceso alcohólico estaba permitido. […].

Tras la Conquista, el alcoholismo perdió su carácter ritual y se convirtió en una evasión desesperada para los indígenas reducidos a la servidumbre. Durante los tres siglos de la Colonia, la ingesta de pulque en el Valle de México fue un grave problema de salud pública, pero la autoridad virreinal no podía erradicar ese vicio colectivo sin perjudicar a los grandes hacendados pulqueros. Obligada a condenar la embriaguez desde los púlpitos, la Iglesia, sin embargo, tenía un conflicto de intereses porque algunas de las órdenes religiosas más ricas poseían grandes plantaciones de maguey. En su estudio sobre las pulquerías en la ciudad de México durante el siglo XVIII (la época de oro de la industria pulquera). Miguel Ángel Velásquez Meléndez cuenta cómo resolvió este dilema la Compañía de Jesús: “Las consecuencias nocivas del consumo de pulque en el cumplimiento de las obligaciones religiosas, impedían a los jesuitas participar directamente en el mercado del pulque. No obstante, el floreciente negocio de las pulquerías capitalinas propició que, hacia la segunda década del siglo XVIII, los jesuitas iniciaran la plantación intensiva de magueyales y su arrendamiento a particulares. Esta práctica redituó considerables ganancias a la Compañía […].”

Descargada su culpa en los hombros de los arrendatarios que se encargaban de extraer y comercializar el pulque, los jesuitas podían dedicarse a salvar las almas de los borrachos con la conciencia limpia. Su problema, y el de toda la Iglesia, era que muchas veces los indios preferían asistir a la pulquería que a la misa dominical. Citando al cronista Agustín de Vetancurt, Sonia Corcuera de Mancera explica por qué los sacerdotes eran impotentes para detener esa deserción masiva de los templos: “Los párrocos desesperan porque más auditorio hay en una pulquería que en la misa dominical, y más gente dispuesta a gastar en beber, que en escuchar al padre que predica.

Una vez adentro de la pulquería, los asiduos están a salvo, porque tienen las pulquerías privilegio para que ningún ministro de la Iglesia, bajo graves penas, pueda entrar a sacar a los indios borrachos”. Es muy significativo que la institución más poderosa del virreinato haya tolerado sin chistar el fuero de las pulquerías. Lo respetaba, sin duda, porque en ello le iba su propia salud financiera y la de sus benefactores. […].

Historia de la vida cotidiana en México.

El siglo XVIII: entre tradición y cambio, coordinado por Pilar Gonzalbo.